deldesiertoalibro: abril 2011

29/4/11

La vida no es más que la muerte que vibra

"Imagino un lugar intencionadamente cerrado, como el interior de un puño que aprieta el mundo, por el que se cuela de vez en cuando un rayo de sol a través de la ínfima abertura causada por el oportuno relajamiento de un dedo crispado.
"Y pienso que quizá nuestra noche sólo es el oscuro desamparo de una mano que nunca se ha abierto." (E. J.)

21/4/11

El desierto conserva la nostalgia del mar

“El mar, al retirarse, dejó a la arena que se encargase de responder a la única interrogante del hombre: ¿Qué es la muerte?

Pero esa pregunta que escapa al oído, la mente la recibe en forma de pregunta: ¿Qué es el hombre?

No empavesarás en el desierto. No inventarás, para dirigirte, ni el remo ni el timón.

Recurrirás a tus piernas. Acá, todos los caminos se cruzan. Tu seguirás tu camino de polvo.” (E. J.)

3/4/11

El silencio del pensamiento tal vez no es sino pensamiento de silencio

"El pensamiento sólo debe su supremacía a su conflicto con lo impensado, como la vida sólo debe la intensidad de su resplandor a su conflicto con la muerte.
"De este doble combate que se despliega dentro de nosotros, el mejor medio que nos es dado para prevenir el fracaso es, quizá, renunciar de antemano a toda idea de victoria." (E. J.)

Mis libros no son más que lugares de paso

"El destino de los libros escapa a su autor. Si tuviera que pensar en un lector ideal, sería el que, a través de mis libros, asumiera sus propias contradicciones, su propio vértigo, y aprendiera, poco a poco, a no asustarse por ello. En suma, una manera de sobrevivir." (E. J.)

Imposibilidad de escribir

"Nunca se escribe más que esta imposibilidad. Todo escritor digno de ese nombre sabe que escribir es imposible, pero que le hace falta sobrepasar esta imposibilidad. Sin esa conciencia ya no hay riesgo, ya no hay escritura. Escribir se torna la cosa más fácil, más banal posible. Ningún escritor se expresa fácilmente y, si no se siente atormentado por la desmesura de su proyecto, quien toma la pluma no es un escritor." (E. J.)

Por qué deldesiertoalibro

“Un buen lector es, primero, un lector sensible, curioso, exigente. Sigue, en su lectura, a su intuición.” Así comienza Del desierto al libro. Un breve prólogo –diría mejor, una sugestiva y decidida invitación- abre las puertas de ese diálogo asombroso entre el escritor francés Marcel Cohen y el propio Edmond Jabès.

Cuando este título llegó a mis manos, no sabía entonces quién era Edmond Jabès. Y reflexiono, ahora, acerca de lo que concentra y demanda esta construcción, Deldesiertoalibro: el paisaje del desierto, infinito y monótono y descabellado, se funde al paisaje del libro. ¿Pero cómo se arma este paisaje cuando tomamos cualquier volumen de la biblioteca y lo tocamos y damos vuelta y abrimos buscando qué sino palabras que denuncien el enigma del dolor? ¿Cómo se delinea la imagen de esta fusión? Entre el desierto y el libro la arena del lenguaje levanta la morada y anuncia –y cava- la tumba. Y allí, perplejo, el hombre, con su impaciencia y su desesperación, intenta encontrarse, decirse a sí mismo, explicar el mundo, explicar a Dios. “Oh paradoja./ Dios es creíble donde Él no puede ser creído./ En su cristalina ausencia.”

Jabès, esencialmente, habla del libro como un lugar, como el único lugar donde nacer y morir. Como el único lugar donde la zozobra se convierte en pregunta y la pregunta en belleza herida. No se trata de paliativos sino de palabras susurradas como canciones de cuna. El lenguaje anterior al lenguaje está en el lenguaje nuestro de hoy y sólo el poema –el lenguaje susurrado, la palabra inacabada y resonante- alcanza esa llaga única de la verdad inconclusa. Jabès exalta esta pasión en una inabordable partitura en la que el desierto se fuga en el lenguaje y nos arrastra. El recorrido es de sobrecogimiento.

Con, para, en, hacia y desde el libro. El libro nos escribe y nos borra.

María Malusardi

“Cuando leemos un libro, añadía, sólo leemos lo poco que contiene de nuestra alma y de nuestra vida. Y lo que nos enseña suele ser suficiente para llenarnos de alegría o para destruirnos.” (E. J.)